Nuestra sexualidad existe desde el principio. Todos nacemos sexuados. El hecho de que vayamos a ser hombres o mujeres se decide en la concepción. En la vida fetal desarrollamos los genitales, en la pubertad maduran, las hormonas comienzan a segregarse y nuestras necesidades sexuales se hacen más intensas en la adolescencia.
La sexualidad es un don por disfrutar, un espacio para el desarrollo de nuestro ser, independientemente de la situación geográfica, económica o física. Si esto es así: ¿ por qué la discapacidad y el sexo despiertan ciertas reacciones negativas en la sociedad?
¿Será porque el sexo generalmente está asociado con verse bien y ser atractivo, “olvidando que a los ojos del otro los parámetros de atracción son tantos como seres humanos hay en éste mundo»?
La sexualidad está constituida por tantos componentes distintos, que no es posible suprimirla o hacerla desaparecer sólo porque algunas personas no crea o finjan que no existe.
Más allá de una discapacidad específica o de las consecuencias que esta discapacidad provoque sobre la sexualidad de la persona afectada es necesario tener una mirada abierta y amplia que contribuirá sin dudas a su calidad de vida y a la de quienes comparten su mundo afectivo (familia, pareja, etc.)
Parafraseando al Dr. Howard Rush quien dice que “ rehabilitar no es solamente una serie de técnicas restauradoras, es una filosofía de responsabilidad médica”, podemos inferir que mirar sin criticar la sexualidad de las personas que presentan una discapacidad es una filosofía de responsabilidad meramente humana frente a un ser que sufre. No hacerlo es condenarlo a una mayor minusvalía.