Todos hemos escuchado de contrabando de drogas, armas, dinero, joyas, objetos de arte, hasta de niños, pero ¿de esperma?
Ese es el cargo que se le imputa a un recluso de una unidad carcelaria de Pensylvania (Estados Unidos).
Su nombre es Kevin Granato, preso desde hace diez años por graves delitos que se le imputan como miembro del crimen organizado de esa región. Pero ahora enfrenta nuevas acusaciones que podrían dejarlo tras las rejas por algunas temporadas más.
Sucede que en ocasión de recibir visitas familiares, los custodios escucharon que se dirigía a un niño de apenas cinco años como su «hijo«. Lo curioso es que Kevin está detenido desde el doble de tiempo. Las cuentas no encajaban.
Los investigadores pusieron su ojo en esta situación y descubrieron que la esposa de Granato había logrado introducir sin autorización un kit criogénico, donde Granato colocó su propio esperma, y que la mujer utilizó para fecundarse artificialmente en una reconocida clínica de esa ciudad.
Aunque no parezca grave a primera vista, sucede que el reglamento de la penitenciaría es terminante al respecto: «está prohibido proveer a los reclusos de objetos no autorizados previamente», y el kit criogénico está en la lista.
¿Qué tan malo puede ser querer tener un hijo estando en prisión? Ahh, la rigidez de la ley…