Poesía erótica

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Cómo expresar esta pasión tan profunda como no ser con besos lujuriosos, mordiéndote la boca, apretándote contra mi, haciendo abuso de tus formas y desgarrando mi corazón a tus pies. Para beber de tu fuente de placer he nacido, aquella savia aromática que tu cuerpo caliente regala… Así te llevo en mi recuerdo, como aquella vez, que juntos rompimos el cielo y se desbordó el mar entre mis piernas, allanando el camino del placer absoluto.

Cómo expresar tanta pasión… la poesía erótica y sensual puede ser la respuesta. Desde el Arcipreste de Hita hasta José Ángel Valente, pasando por Francisco de Quevedo, F.M. Samaniego, Rubén Darío, Ramón de Campoamor, Pablo Neruda o Federico García Lorca, ningún poeta de talla ha dejado de cultivar este tipo de poesía.



Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños con tal donaire y brío
que mil necios traía al retortero.

Un cierto conde, alegre y placentero,
le preguntó por gracia si hacía frío.
Respondió la fregona: «Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero».

El conde, que era astuto y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.

Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
– Pues sople este tizón Vueseñoría.

Atribuido a Quevedo.
Poesía sensual del Siglo de Oro

La poesía erótica clásica tiene hermosas piezas y diferentes estilos, destacándose la clara poesía erótica homosexual entre la poesía hispanoárabe de la Edad Media. Estas historias reales y disfrutables tienen como protagonistas a cortesanas, nobles, sirvientas, lavanderas, pajes y princesas alocadas, con un alto contenido de materia pecaminosa, exultando calentura y mucha humedad… entre las piernas.

«Sobre los dulces cansancios»
de Ana Milena Puerta, Colombia

Hombre de la medida justa
para mis caderas,
recipiente de todos los temblores
de mi cuerpo,
madera antigua, de fino roble,
erecto.
Volcán de lava que me siembra
hacedor de los dulces cansancios,
la ondulación de mi vientre,
de mi piel estrecha y concreta.
Navégame, marinero alucinado,
navégame y viérteme luego
en tus manos.
Soy todos los frutos
y tú
todos los labios.
Bebámonos.

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